sábado, 14 de junio de 2008

¿Autismo por contaminación?


por Miguel Donayre Benites

Los neurotóxicos, como su nombre lo indica, son agentes contaminantes que afectan las funciones cerebrales. Dos investigaciones realizadas en Texas y Boston, EE.UU., dan cuenta de la posible existencia de una relación entre una de estas sustancias, el mercurio, y el autismo. La liberación de este metal pesado en la atmósfera y su absorción o ingesta (directa o indirecta) tiene consecuencias sobre el organismo y afecta a las neuronas de diversa manera, incluso llevando a su destrucción. También se asocia a otras discapacidades y enfermedades y se sospecha que es una de las causas fundamentales en el incremento de los Trastornos Generalizados del Desarrollo a niveles epidemiológicos en ese país.

Introducción
Poco se sabe acerca de cómo se produce el autismo. Hay un amplio espectro de teorías respecto de su etiología, que van desde causas terminantemente biológicas hasta las predominantemente psicológicas, con una extensa gama intermedia que oscila entre uno y otro polo. Lo más probable es que se trate de una combinación de ambos o que se origine en forma diversa en cada individuo.
Asimismo, tampoco es pacífico su tratamiento. Existe un abanico terapéutico que incluye medicamentos, estimulación, terapias psicológicas y psiquiátricas, y otras menos convencionales como las que propugnan la ingesta de ciertos alimentos naturales que lo harían retroceder, la zooterapia y unas cuantas más, que también proclaman sus resultados exitosos.

El ambiente como generador de discapacidad
El recalentamiento global es un efecto a largo plazo (aunque con manifestaciones preocupantes ya mismo) de la “descuidada” actividad humana. La utilización de elementos químicos nocivos, la liberación de partículas de todo tipo en la atmósfera, la deforestación, la contaminación de aire, ríos y mares y otros producidos del hombre en la busca de conseguir ganancias inmediatas son esas manifestaciones que producen inconvenientes hoy y que amenazan seriamente el futuro.
Algunas ramas de la industria, como las productoras de energía, las curtiembres, las papeleras y otras, esparcen sustancias tóxicas en toda la superficie del planeta. Los combustibles fósiles (petróleo y carbón) utilizados por los vehículos de combustión interna y para la calefacción o para la generación de electricidad realizan un aporte masivo de CO2 y de partículas de distintas clases, entre las que se hallan los metales pesados, mayoritariamente tóxicos. Los insecticidas y los plaguicidas son otra de las fuentes de contaminación, tanto muchos de los permitidos como los prohibidos que se siguen utilizando clandestinamente por cuestiones de costos. La naturaleza se encarga de ellos, pero la polución masiva y la destrucción de algunas de las herramientas de las que ella se vale para realizar esta tarea hace que los ciclos de limpieza sean más largos y dificultosos. Como consecuencia de ello, el aire que respiramos, el agua que bebemos y los alimentos que ingerimos (sin mencionar algunos químicos agregados para conservar o saborizar) no son todo lo puros que debieran, y en algunos casos contribuyen al envenenamiento a largo plazo.
El plomo y el mercurio son, entre otras, dos de las veinte sustancias que se conocen como altamente contaminantes que se volatilizan y se hallan en el aire y se depositan en el suelo y las aguas. Sólo en Estados Unidos se liberan anualmente 200 millones de kilogramos de distintos neurotóxicos y se consumen 550 millones de kilogramos de pesticidas, insecticidas y plaguicidas en la producción agrícola.
Según diversos estudios, la concentración de plomo en nuestros huesos es entre 400 y 1.000 veces mayor que las que tenían los habitantes de la Tierra hace 400 años. A su vez, el mercurio, que tiene la característica de ser el único metal pesado que se encuentra en estado líquido a temperatura ambiente, se volatiliza con facilidad y se absorbe por piel y mucosas y también por inhalación. El 81% del que se recibe de esta manera permanece en el cuerpo, mientras que por ingesta, sólo el 7%. Se concentra sobre todo en el hígado, el corazón y los riñones, los órganos depuradores de la sangre, pero también se permea hacia el cerebro, está presente en articulaciones y otras partes del cuerpo y puede deprimir las defensas, vehiculizando diversas enfermedades. Su eliminación del organismo es muy dificultosa, y permanece en él durante largos períodos.
Tanto el plomo como el mercurio afectan las neuronas y producen deterioros que conducen a distintas discapacidades, ya que inhiben la comunicación neuronal o directamente las aniquilan.
Un caso extremo es el de los mineros de Andacollo, en Chile, que practican una forma rudimentaria de minería extractiva. En esta comuna de poco más de 10.000 habitantes, esa es la única actividad posible. Sacan el metal de las vetas, lo muelen y agregan mercurio a la mezcla, puesto que tiende a alearse con el oro y la plata, con lo cual logran separar los metales preciosos de los que no lo son.
Un estudio realizado por la Universidad Católica del Norte evaluó a 36 mineros del distrito. El 71% por ciento de ellos presentaba daños neurológicos de distinta importancia, que se suman a afecciones respiratorias tales como fibrosis y silicosis. Pero no sólo los que trabajan directamente en minería sufren el impacto neuropsicológico del mercurio: en Andacollo las malformaciones de los neonatos y la muerte prematura de niños son sustancialmente más altas que el promedio chileno y el mundial.
También se señala que, pese a que la media local de discapacidad mental es levemente superior a la nacional (13,19% y 12,9%, respectivamente), sin embargo los problemas de aprendizaje de los escolares andacollinos son mucho mayores, lo que se manifiesta en tasas de repitencia que duplican el promedio del resto del país.
En el otro extremo, investigaciones realizadas en comunidades esquimales (los Inui, que habitan la zona ártica) totalmente alejadas de los centros industriales, mineros y de todo tipo de polución masiva han hallado niveles de contaminación por neurotóxicos elevados en la mayoría de sus individuos. Ello se debe a los hábitos alimenticios de estas personas, mayoritariamente basados en el consumo de carnes y grasas de animales de su hábitat que han sido contaminados a la distancia por el envenenamiento de las aguas.

Mercurio y autismo
Dos informes salidos a la luz en Estados Unidos en los últimos tiempos dan cuenta de una preocupante relación entre la creciente liberación de sustancias tóxicas y el incremento de Trastornos Generalizados del Desarrollo, con especial referencia a lo que hace al autismo.
Uno de ellos fue realizado por un grupo de investigadores del Health Science Center de la Universidad de Texas en San Antonio, cuyo título es “Liberación de mercurio en el ambiente, tasas de educación especial y desórdenes autísticos: un estudio ecológico de Texas”.
En él, se relevan alrededor de 1.200 escuelas de dicho Estado y se cruzan esos datos con los que brinda la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos para la región.
Destacan que es harto conocida la relación entre el mercurio y toda una gama de problemas neurológicos. De hecho, la incidencia negativa en los procesos cerebrales de este metal pesado se conocen desde el siglo XIX y las sospechas de su condición como una epidemia neurotóxica datan de mediados del siglo pasado, por sucesos tales como la intoxicación masiva de miles de habitantes de Minamata y Niigata en Japón hacia 1950, quienes sufrieron distintos niveles de desórdenes neurológicos por consumir pescado contaminado con mercurio. Pero recién en los últimos años se ha documentado que la baja exposición a esta sustancia volatilizada (normalmente en forma de metilcurio, que potencia sus efectos devastadores), aun a niveles de exposición menores que los supuestamente seguros (10 microgramos por decilitro de sangre), produce trastornos del desarrollo y discapacidades mentales.
Las conclusiones a las que arriban los investigadores son que por cada 454 kilogramos de esta sustancia que se lanzan en la atmósfera, el índice de alumnos en educación especial se incrementa en un 43% y que la tasa de autismo sufre un aumento del 61%. Recordemos que en EE.UU. se liberan 200 millones de kilogramos anuales. Los habitantes de zonas rurales tienen una prevalencia 4,5 veces mayor que los de las ciudades.
Por su parte, la asociación médica Greater Boston Physicians for Social Responsability difundió un estudio, denominado “En la línea de fuego. Amenazas tóxicas para el desarrollo del niño”, en el cual se afirma que “Se ha hecho evidente una epidemia de deficiencias en el neurodesarrollo, aprendizaje y comportamiento de los niños” en Estados Unidos.
Philip Landrigan, director del Centro de Salud de Niños y Medio Ambiente de la Escuela de Medicina Mount Sinaí coincide con los investigadores texanos en señalar que recién en los últimos 20 años se ha producido un incremento en las investigaciones neurobiológicas, las que han puesto en evidencia la especial vulnerabilidad del sistema nervioso en desarrollo a la acción de las sustancias químicas que conforman el medio ambiente químico interno.
Las cifras que se manejan en este estudio son preocupantes: 12 millones de menores de 18 años en EE.UU. sufren de una o más deficiencias de aprendizaje, desarrollo o comportamiento; del 3 al 6% de los escolares de dicho país sufren de desórdenes de déficit atencional-hiperactividad, aunque algunas investigaciones recientes estiman en 17% a los afectados; los medicados por estos padecimientos superan 1.500.000; entre 1987 y 1998, los incluidos en educación especial por problemas de aprendizaje crecieron el 191% y continúa aumentando; el registro de autismo se incrementó en un 210% en los últimos tiempos.
Si bien los investigadores sostienen que el crecimiento de esta problemática puede deberse a mejoras en los sistemas de detección o en la calidad y cantidad de la atención que se le presta, apuntan que ello no oculta que se trata de un problema de dimensiones epidémicas.
Citan como sustancias que atentan contra el desarrollo del cerebro al mercurio, el plomo, los plaguicidas organofosforados, el etanol y otros, que se hallan no sólo en el ambiente, sino incluso dentro de los hogares.
Afirman que los factores genéticos son importantes, pero que no deben ser tomados en forma aislada, ni mucho menos descartarse la influencia de estas sustancias tóxicas sobre dichos factores, sea como desencadenantes o, incluso, como agentes de mutación.
Alertan acerca de que los neurotóxicos no son una amenaza potencial sino que ésta es actual y que afecta hasta a los niños por nacer. En efecto, el mercurio consumido o absorbido por la madre llega hasta el hijo y puede afectar su desarrollo cerebral. La contaminación de las aguas con mercurio está tan extendida en ese país, que varios Estados aconsejan a sus embarazadas o a las mujeres en edad gestacional reducir o eliminar el pescado de sus dietas.

Conclusión
Los datos que manejan estos dos informes son preocupantes. La inacción y la permisibilidad de las autoridades de todo nivel, nacionales e internacionales, también, más allá de las declaraciones que reconocen la gravedad de esta situación.
El problema es de una magnitud tal que requiere acciones que demandarán mucho tiempo para que la situación pueda ser revertida. Algunos pasos se van dando por el buen camino. Hasta el precio desmedido del petróleo y de otros combustibles generadores de contaminantes neurotóxicos ayudan un tanto por su menor utilización masiva y algunos intentos por disminuir la emisión de estos venenos.
Habrá quienes descrean en todo lo que señalan las investigaciones acerca de la relación entre el mercurio y otros metales pesados y los trastornos generalizados del desarrollo, en general, y el autismo en particular.
Se trata de algo difícil de determinar con exactitud, sobre todo por lo que señaláramos al principio: la diversidad de su etiología y las dudas sobre cómo es que se desencadena. También hay que atender a las “modas” que se producen en el campo de la medicina y de las investigaciones científicas, que en muchas oportunidades creen ver una consecuencia que más tarde se desmiente o simplemente cae por su propia inconsistencia.
De lo que no se puede dudar es que la polución es una realidad que nos afecta a todos, en especial a los que se encuentran en el vientre materno, por los tremendos efectos que potencial y actualmente los afectan. Y también que cuanto más sano sea el entorno en el que nos desenvolvamos, mayores posibilidades tendremos de vivir mejor, con menos enfermedades y discapacidades.

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