sábado, 14 de junio de 2008

"El hábito de la lectura"

Texto de Camilo José Cela.

Se admite como un hecho probado el que la gente, no sólo en España sino en el mundo entero, lee menos cada día que pasa y, cuando lo hace, lo hace mal y sin demasiado deleite ni aprovechamiento. Es probable que sean varias y muy complejas las causas de esta situación no buena para nadie y se me antoja demasiado elemental e ingenuo el echarle la culpa, toda la culpa, a la televisión. Yo creo que esto no es así porque los aficionados a la televisión, antes, cuando aún no estaba inventada, tampoco leían sino que mataban el tiempo que les quedaba libre, que era mucho, jugando a las cartas o al dominó o discutiendo en la tertulia del café de todo lo humano y gran parte de lo divino. La televisión incluso puede animar al espectador a que pruebe a leer; bastaría con que se ofreciese algún programa capaz de interesar a la gente por alguna de las muchas cuestiones que tiene planteado el pensamiento, en lugar de probar a anestesiarla o a entontecerla. Los gobiernos, con manifiesta abdicación de sus funciones, agradecen y aplauden y premian el que la masa se entontezca aplicadamente para así poder manejarla con mayor facilidad: por eso le merman y desvirtúan el lenguaje con el mal ejemplo de los discursos políticos; le fomentan el gusto por las inútiles y engañadoras manifestaciones y los ripios de los eslóganes; le aficionan a la música estridente, a los concursos millonarios y a las loterías; le animan a gastar el dinero y a no ahorrar; le cantan las excelencias del Estado benéfico y providencial; le consienten el uso de la droga asegurándole el amparo en la caída, y le sirven una televisión que le borra cualquier capacidad de discernimiento. El hábito de la lectura entre los ciudadanos no es cómodo para el gobernante porque, en cuanto razonan, se resisten a dejarse manejar.

A mí me reconfortaría poder pregonar a los cuatro vientos la idea de Descartes de que la lectura de los grandes libros nos lleva a conversar con los mejores hombres de los siglos pasados, y la otra idea, esta de Montesquieu y más doméstica, pero no menos cierta, de que el amor por la lectura lleva al cambio de las horas aburridas por las deleitosas. La afición a la lectura no es difícil de sembrar entre el paisanaje; bastaría con servirle, a precios asequibles, buenas ediciones de buena literatura, que en España la hubo en abundancia. Este menester incumbiría al Estado, claro es, pero no necesariamente a través de cualquier angosto y poco flexible organismo oficial, sino pactando las campañas con las editoriales privadas. La culpa de que se haya perdido en proporciones ya preocupadoras el hábito de la lectura y no sólo en España, repito, es culpa de los gobernantes del mundo entero, con frecuencia y salvo excepciones reclutados entre advenedizos, picarillos y funcionarios. Echarle la culpa del desastre a la televisión es demasiado cómodo, sí, pero no es cierto.

Camilo José Cela.

Diario "ABC"; 29 de marzo de 1993.

Resúmenes del texto de Cela

Se ofrecen, seguidamente, dos resúmenes del texto de Cela -"El hábito de la lectura"-, efectuados en diferentes tiempos y lugares, y en los que se ha procurado soslayar la carga de crítica política encubierta -meramente "coyuntural"- que inspira la redacción del citado texto. Si bien el nivel de objetividad es distinto en uno y otro resumen, en ambos casos se ha pretendido dotar a los resúmenes de una estructura coherente y cohesionada.

Primera propuesta de resumen

Puestos a buscar culpables de la falta de interés por la lectura, tan habitual en nuestros días en que la televisión suscita una mayor atención, éstos serían los gobernantes, que se valen precisamente de la televisión para reprimir culturalmente a sus espectadores habituales, a través de una programación que, por su vacuidad, atenta contra la inteligencia; pero no la televisión en sí misma, que, bien empleada, podría fomentar el espíritu lector y convertirse, además, en el mejor aliado de la cultura.

Segunda propuesta de resumen

El texto muestra el poco aprecio que Cela siente hacia la clase política gobernante, a la que acusa de intentar eliminar en los ciudadanos el espíritu crítico -que nunca es cómodo para el poder-, apartándolos de la actividad lectora que realmente los enriquece cultural y espiritualmente, y encaminándolos hacia una televisión cuya programación carece del menor valor educativo y parece pensada para disminuir -cuando no para anular- la capacidad intelectual de sus espectadores habituales.

Comentario crítico del texto de Cela

El texto en su contexto

Áspero artículo el de Cela, y no solo "de fondo", sino también "en las formas"; artículo escrito cuando aún no había recibido el Premio Cervantes, cuya concesión "se retrasó", todavía, hasta 1995, seis años después de haberle sido concedido el Nobel. Pero artículo, igualmente, rico en ideas y con una sólida organización interna que confiere una mayor fuerza al mensaje explícito: una despiadada crítica a la clase política gobernante -en el momento en que Cela firma su artículo- que, a través de la televisión, y por medio de una programación que ofende a la inteligencia, "maneja" a sus espectadores habituales: éstos, anulada la capacidad crítica que la lectura potencia, quedan sometidos a los oportunistas intereses de los políticos "de turno".

Invención (asunto) y disposición (eje temático y estructura)

Cela monta un texto de altísimo contenido reprobatorio hacía la "clase política", para defender la tesis de que los gobernantes, reprimiendo culturalmente a las masas por medio de una televisión carente de cualquier capacidad para instruir, son los verdaderos responsables de que se haya perdido la afición por la lectura y que, en consecuencia, la gente tenga cada vez menos sentido crítico. Este eje conceptual -que exculpa de semejante "desastre" a la televisión, para responsabilizar únicamente a los gobernantes y a la manipulación que hacen de ella, en favor de sus intereses egoístas- recorre todo el texto y va aflorando puntualmente, otorgándole una profunda cohesión: promediado el primer parágrafo y al final del mismo, así como al término del segundo parágrafo con el que concluye el texto. Reproducimos a continuación dicho eje conceptual:

Eje temático

"Los gobiernos, con manifiesta abdicación de sus funciones, agradecen y aplauden y premian el que la masa se entontezca aplicadamente para así poder manejarla con mayor facilidad". Los gobernantes aprovechan en su propio beneficio la vacuidad de la programación televisiva.

"(...) la televisión le borra a la masa cualquier capacidad de discernimiento. El hábito de la lectura entre los ciudadanos no es cómodo para el gobernante porque, en cuanto razonan, se resisten a dejarse manejar". Los gobernantes apartan a los ciudadanos de la lectura intentando eliminar, así, su espíritu crítico, y les empujan hacia una televisión inane.

"La culpa de que se haya perdido en proporciones ya preocupadoras el hábito de la lectura y no sólo en España, repito, es culpa de los gobernantes del mundo entero, con frecuencia y salvo excepciones reclutados entre advenedizos, picarillos y funcionarios. Echarle la culpa desastre a la televisión es cultura. demasiado cómodo, sí pero no es cierto". Son los gobernantes oportunistas los responsables de la falta de interés por la lectura de los ciudadanos, entretenidos por una televisión poco aliada con la cultura.

Pero junto al eje temático reseñado, el texto de Cela contiene muchas ideas de diferente relevancia conceptual, que -sin entrar en trasfondos ideológicos de crítica política- entresacamos a continuación.

Primer parágrafo

Ideas fundamentales Ideas secundarias

1. Cada día se lee menos y peor. Quienes leen no suelen obtener de la lectura excesivo placer espiritual ni enriquecimiento intelectual.

2. La televisión no es la única y máxima responsable en la pérdida de la afición por la lectura. Un país no puede permitirse contar con un amplio sector de la población iletrado.

3. El invento de la televisión no ha detraído lectores: quienes no leían sin televisión, siguen sin leer con televisión. Un sector de la población que se sienta habitualmente delante de un televisor, cuando la televisión aún no existía, no llenaba el mucho tiempo dedicado al ocio con lecturas.

4. Bien usada, la televisión podría convertirse en el mejor aliado de la cultura y fomentar el espíritu lector. Son muchos los asuntos culturalmente atractivos a los que poder aplicar el entendimiento, y que la televisión debería impulsar y difundir.

Colofón

El entontecimiento del espectador que la televisión se esfuerza en lograr es estimulado y aprovechado por los gobernantes: al rebajarse, así, la capacidad intelectual de los ciudadanos, alejados de la lectura, se les hace fácilmente manipulables por esos mismos gobernantes, en aras de su propio beneficio personal.

Segundo parágrafo

1. La lectura enriquece culturalmente. Los libros permiten entrar en contacto con sus autores, alejados del lector en el espacio y en el tiempo.

2. La lectura es fuente de entretenimiento. El leer por el puro placer de leer cierra el paso al aburrimiento.

3. La reducción del precio de los libros -que el Estado debe favorecer- puede contribuir a impulsar la afición por la lectura. España ha contado con buenos escritores.

Es la iniciativa privada, favorecida por el Estado, la que debe editar, a precios asequibles, las mejores obras de nuestra literatura, y no los organismos oficiales.

Colofón

Los gobernantes, con su impericia, y no la televisión, son los auténticos responsables de la falta de afición por la lectura, aquí en España y en cualquier parte del mundo.

Elocución y "estilo narrativo"

El léxico y su valor connotativo

El contenido crítico del texto se ve realzado por el empleo de un léxico contundente y tajante. Y así:

• La televisión anestesia o entontece a la gente; es decir, la insensibiliza o la vuelve tonta.

• Los gobiernos, "con manifiesta abdicación de sus funciones", permiten que la masa se entontezca aplicadamente" por medio de la televisión, "para así poder manejarla con mayor facilidad"; es decir, que renunciando abiertamente y con claridad a las actuaciones que les son propias, los gobiernos consienten que la televisión se esmere en anular la capacidad de raciocinio de la gente, porque así la pueden manejar, sin gran esfuerzo, al servicio de sus propios intereses.

• Aún más: no es ya que los gobiernos consientan, sino que "agradecen y aplauden y premian" ese entontecimiento de la masa logrado con la televisión. La polisíndeton ayuda aquí a intensificar el significado de cada uno de estos verbos, que van subiendo el diapasón: del agradecimiento se pasa al aplauso, y de éste, al premio. No les duelen prendas a los gobernantes con tal de salvaguardar sus intereses personales, aunque ello suponga mantener a la ciudadanía en la incultura: esto es lo que Cela viene a decir.

• Y ¿qué ofrece la televisión? Discursos políticos que "merman y desvirtúan el lenguaje" (mermar: menoscabar; desvirtuar: anular) -clara alusión a esos alambicados y hasta grotescos eufemismos a los que suelen recurrir los políticos para encubrir sus fracasos en el ejercicio del poder-; anuncios publicitarios inútiles y engañadores, cuyos eslóganes son puros ripios -si inútiles son para Cela los anuncios televisivos, y, además, poco veraces, no lo son menos las insustanciales palabras que componen sus eslóganes-; música estridente -que por su excesivo o violento sonido resulta molesta-; etc., etc. Por este camino -que Cela amplía con otros ejemplos que entran de lleno en el ámbito político- va quedando anulada la capacidad intelectual de los ciudadanos, apartados de la lectura -"la televisión les borra cualquier capacidad de discernimiento-; y, en la medida en que se dejan por ello manejar, resulta más cómodo para el poder ejercer el gobierno; siempre según la opinión de Cela.

• Por otra parte, y como sistema para despertar la afición por la lectura, el Estado debe poner en manos de la iniciativa privada la edición de las mejores obras de la literatura española, sin acudir para ello a "cualquier angosto y poco flexible organismo oficial. Cela manifiesta, así, no sólo la total independencia que, a su juicio, debe existir entre la cultura y el poder político, sino también la desconfianza que le merecen los organismos oficiales "metidos a mecenas" y subvencionando con aportaciones económicas las manifestaciones culturales -en este caso, la edición de libros a precios asequibles-, ante el riesgo de manipulación ideológica que ello conlleva. Al tildar de angostos y poco flexibles a los organismos que deben difundir la cultura, Cela denuncia su cortedad de miras y el "sesgo" político de sus actuaciones (angosto: estrecho o reducido; poco flexible: poco tolerante).

• Finalmente, los gobernantes -salvo excepciones, puntualiza Cela- están reclutados frecuentemente "entre advenedizos, picarillos y funcionarios"; es decir, que parece como si se hubiera efectuado una "leva" de aprovechados y trepas sin escrúpulos para su dedicación a las labores de gobierno. Solo la expresión "salvo excepciones" atenúa el tremendo varapalo de Cela a la clase política en su conjunto.

Lenguaje, por tanto, no exento de acidez, y que golpea la interioridad del lector, por insensible que éste sea; y que es, precisamente, lo que Cela persigue.

La ironía malévola y sarcástica

El carácter irónico con que estas líneas están escritas es manifiesto. Pero no es precisamente una ironía socarrona la que Cela exhibe, sino cruel y mordaz, que en ocasiones traspasa incluso los límites del sarcasmo. Esta es una de las razones por las que el artículo no deja indiferente al lector: según quien lo lea, se pueden producir reacciones de indignación o de hilaridad, lo que, por otra parte, es evidente que Cela pretende y que, desde luego, consigue. Centrémonos, al respecto, en algunos detalles puntuales.

• Afirma Cela, al comienzo del texto, que el que cada día se lea menos y menos y peor no es hecho que afecte exclusivamente a España, sino que es algo que sucede "en el mundo entero"; y que -continúa afirmando Cela- la televisión no es la única responsable de este desaguisado, pues quien no lee ahora, que hay televisión, tampoco leía antes, cuando la televisión no existía. Sin embargo, la generalización "no sólo en España sino en el mundo entero" queda algo difuminada, y parece como si Cela estuviera hablando de hechos que ocurren, precisamente y sobre todo, en España. ¿O es que acaso puede ubicarse en otro lugar, fuera de España, una frase que encierra tanta mordacidad como la que sigue?: "Los aficionados a la televisión, antes, cuando aún no estaba inventada, tampoco leían, sino que mataban el tiempo que les quedaba libre, que era mucho, jugando a las cartas o al dominó o discutiendo en la tertulia del café de todo lo humano y gran parte de lo divino". Es costumbre arraigada en muchos españoles echar la partida de cartas, o jugar al dominó, o participar en una "tertulia de café" dedicándose a poner tibio al mismísimo sursuncorda. Por otra parte, hay mucho español aficionado a perder el tiempo, que convierte el ocio en virtud; y de todos es conocida la fama de vago que el "español medio" tiene a los ojos de Cela. (Véase, al respecto, el artículo publicado en la sección "El color de la mañana", del diario ABC, con el título "Inhibiciones y pronunciamientos", publicado el 6 de enero de 1995, y que hemos reproducido con anterioridad).

• Antes de terminar el primer parágrafo -y en unas líneas que se convierten en una exacerbada diatriba contra la clase política-, Cela responsabiliza a los gobiernos de entontecer a las masas por medio de la televisión, cuya programación embota la inteligencia. ¿Realmente se refiere Cela, cuando habla de "los gobiernos", no sólo al de España, sino a los del mundo entero? Podría ser. Pero al pasar revista a unos cuentos ejemplos que prueban cómo los gobernantes ponen la televisión al servicio de sus propios intereses manejando con habilidad masas entontecidas, Cela se las ingenia para que el lector reconozca que la televisión a la que alude es la española -sea la televisión pública o las cadenas privadas-. Por tanto -y con sutil ironía-, Cela está señalando a nuestros gobernantes como responsables de servirle a la masa "una televisión que le borra cualquier capacidad de discernimiento"; y los responsabiliza directamente de no fomentar el hábito de la lectura entre las gentes, porque el desarrollo de la capacidad crítica que con ese hábito se alcanza la haría difícilmente manipulable y despertaría de su entontecimiento.

• Pero donde la ironía de Cela adopta ribetes de puro sarcasmo es en las líneas finales del texto. Cuando culpa a los gobernantes de que se haya perdido el hábito lector entre la ciudadanía, vuelve a insistir Cela en que semejante situación no afecta únicamente a España, sino que se repite en cualquier parte del mundo. Da, sin embargo, la sensación de que Cela arremete contra gobernantes que le resultan demasiado familiares: la frase "reclutados con frecuencia y salvo excepciones -dice Cela- entre advenedizos, picarillos y funcionarios", por el tipo de léxico empleado, parece destinada a zaherir precisamente a algunos de nuestros gobernantes, los responsables últimos -según Cela- de que la lectura haya entrado en crisis y los programas de las televisiones vayan ganando espectadores cuanto más intrascendentes son. (El significado de advenedizo es claro: que llega a una posición que no le corresponde por su condición o por sus méritos; picarillo -diminutivo cargado de maliciosa intencionalidad- equivaldría a aprovechado y granuja; y, en este contexto, el vocablo funcionario, como si pesara sobre su valor semántico el estigma de "clientelismo político, en alguna medida se contagia del significado de los otros dos que le acompañan -advenedizo y picarillo-, y tal vez -insistimos, tal vez- podría significar "trepa"). Cela conoce, pues, bastante bien a los políticos a los que está criticando demoledoramente; y la vía irónica adoptada para esta crítica, que debería haber atenuado su mordacidad, en realidad no ha hecho sino acrecentarla.

La ironía sutil: El tono informal de ciertas "aparentes" ingenuidades e incongruencias

Sin entrar en consideraciones políticas -que no son objeto de este comentario-, dos afirmaciones de Cela parecen encerrar una cierta dosis de ingenuidad (aunque también de buena voluntad, al apuntar soluciones para paliar el desastre que supone un país con pocos lectores efectivos y demasiados telespectadores incultos). Primera afirmación: "La televisión incluso puede animar al espectador a que pruebe a leer; bastaría con que se ofreciera algún programa capaz de interesar a la gente por alguna de las muchas cuestiones que tiene planteado el pensamiento". Y segunda afirmación: "La afición a la lectura no es difícil de sembrar entre el paisanaje; bastaría con servirle, a precios asequibles, buenas ediciones de buena literatura".

En primer lugar, el televidente al que Cela se está refiriendo -entontecido y sin la menor capacidad crítica- no es, precisamente, el que sabe apreciar los valores educativos de determinados programas culturales; y es de suponer que si tal televidente se topara con uno de estos programas, se dedicaría a ir cambiando de canal televisivo -utilizando el mando a distancia-, hasta dar con un programa "menos aburrido" y más en consonancia con su nivel de inteligencia. Cela sabe bien que por esta vía es difícil que pueda despertarse el placer de leer en quienes, de antemano, renuncian a interesarse por cuestiones culturales.

Y, en segundo lugar, el abaratamiento del coste de los libros y la difusión de la buena literatura a precios asequibles no suele repercutir en un aumento del número de lectores. Aquellos que no sienten inquietudes culturales dirigen su economía hacia otros frentes, sin importarles que "las buenas ediciones de buena literatura" tengan precios razonables; (de igual manera, por ejemplo, que el entusiasta del fútbol no repara excesivamente en el precio de una localidad -más o menos alto en función de los equipos que juegan- con tal de poder presenciar en el estadio un determinado partido de su interés.). Tampoco parece que se le escape a Cela que este otro camino que apunta -y algunos editores lo saben muy bien- sea el más idóneo para convertir en legión el número de posibles lectores.

Otras afirmaciones de Cela podrían parecer incongruentes, y tal vez necesiten o ciertas matizaciones. Por ejemplo ésta, a principios del texto: "La gente lee menos cada día que pasa, (...) y se me antoja demasiado elemental e ingenuo el echarle la culpa, toda la culpa, a la televisión. Yo creo que esto no es así porque los aficionados a la televisión, antes, cuando aún no estaba inventada, tampoco leían (...)". O esta otra, al final del, texto, cuando responsabiliza a los gobernantes de que se haya perdido "en proporciones ya preocupadoras" el hábito de la lectura: "Echarle la culpa del desastre a la televisión es demasiado cómodo, sí, pero no es cierto".

Es evidente que la irrupción de la televisión en el mundo de la comunicación no ha cambiado los hábitos de quienes no han leído nunca; es decir, que quienes no leían sin televisión, siguen sin leer con televisión. Pero, ¿qué ha sucedido con aquellos que sí que leían antes de que se inventara la televisión? ¿Leen tanto como antes, más, o menos? Es posible que la televisión haya reducido aún más el poco tiempo del que dispone el individuo actual para dedicarlo a la lectura.

Y en cuanto a que la televisión está exenta de responsabilidad en la pérdida del hábito lector entre los ciudadanos y que, en cambio, toda la culpa deba recaer sobre los gobernantes, es opinión harto discutible. La televisión que se pliega a las exigencias de los políticos o de una audiencia hábilmente manipulada por éstos y siempre en beneficio de sus propios intereses, tiene altas cotas de responsabilidad en el deterioro cultural de un país si, como afirma Cela, se deja manejar contribuyendo al entontecimiento de las masas. Recordemos las palabras de Cela en otro momento de su artículo: "Los gobiernos (...) agradecen y aplauden y premian el que la masa se entontezca aplicadamente para así poder manejarla con mayor facilidad". En el peor de los casos, gobernantes y televisión serán responsables del desaguisado actual, en cuanto que aquellos se valen de ésta para borrar en los ciudadanos "cualquier capacidad de discernimiento".

Queda una tercera afirmación de Cela que tal vez habría que descifrar; y es, precisamente, ésta: "La afición a la lectura no es difícil de sembrar entre el paisanaje; bastaría con servirle, a precios, asequibles, buenas ediciones de buena literatura, que en España, la hubo en abundancia". ¿Por qué emplea Cela el pasado "hubo" (pretérito perfecto simple, que indica acción pasada y perfectiva que no guarda relación alguna con el presente). ¿Sibilina crítica de Cela a la "política oficial" de premios? Suponemos que sí, en unos momentos en que el Premio Cervantes no figura entre los galardones recibidos por un escritor que está en posesión del Nobel desde 1989. Parecería más "acertado" haber escrito -permítasenos la rectificación amable, aunque desvirtuaría el trasfondo de todo el artículo- "hubo, ha habido y hay". Y el mejor ejemplo de que en España hay -en presente- buena literatura lo constituyen las obras del propio Cela, que con el Nobel o sin el Nobel, con el Cervantes o sin el Cervantes, fue, ha sido, es y seguirá siendo -ahora ya, después de muerto- uno de nuestros más grandes escritores.

Los valores estilísticos de la prosa empleada por Cela

La densidad de contenido de este artículo no es obstáculo para reconocer en él una magnífica prosa. Y uno de los recursos estilísticos dominantes es la repetición de esquemas regulares binarios de gran relieve rítmico, constituidos fundamentalmente por adjetivos; tal y como demuestran los siguientes ejemplos:

"Es probable que sean varias y muy complejas las causas de esta situación (...)"; "(...) se me antoja demasiado elemental e ingenuo el echarle la culpa, toda la culpa, a la televisión"; "le fomentan el gusto por las inútiles y engañadoras manifestaciones y los ripios de los eslóganes"; "Este menester incumbiría al Estado, claro es, pero no necesariamente a través de cualquier angosto y poco flexible organismo oficial".

En ocasiones, estos esquemas binarios descansan sobre verbos:

"(...) en lugar de probar (la televisión) a anestesiarla o a entontecerla (a la gente)"; "por eso (los gobiernos) le merman y desvirtúan (a la masa) el lenguaje con el mal ejemplo de los discursos políticos".

E incluso el balanceo paralelístico se apoya en la concatenación de tres elementos especialmente vinculados entre sí:

"(Los gobiernos) agradecen y aplauden y premian el que la masa se entontezca aplicadamente para así poder manejarla con mayor facilidad."; "(...) los gobernantes del mundo entero, con frecuencia y salvo excepciones reclutados entre advenedizos, picarillos y funcionarios".

Y donde, sin duda, Cela nos descubre toda la sonoridad que puede alcanzar la lengua castellana es en las líneas finales del texto, donde las palabras están engastadas con suprema habilidad, y donde se concentra la posición personal de Cela sobre el hábito de la lectura, asunto al que ha dedicado su artículo: "La culpa de que se haya perdido...".

Valoración final

Escribiendo así, con este tipo de prosa -tan escueta, tersa y aparentemente sencilla- y haciendo gala de esa ironía que combina socarronería y mordacidad a partes iguales- pueden disculpársele a Cela ciertos exabruptos manifestados con tanta viveza y a los que, por otra parte, quizá tenga derecho, con permiso de los aludidos a quienes dirige sus... ¿diatribas?

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