sábado, 14 de junio de 2008

TERCO

Solo el que estuvo ciego aprecia la vista,
Solo el que fue sordo valora el oído,
Solo quien vio cerca su muerte ama la vida.

¿Puede ser tan necia la mente del hombre,
Que pudiendo vivir en la luz más radiante
Se fije en lo negro, lo bajo, la sombra?

¿Que mérito encuentra en negar la muerte,
En menospreciar el milagro de su nacimiento,
Basando su vida en su fuerza y su suerte?

¿Para qué se rodea de falsas creencias?
¿Por qué insiste en someter a los otros?
¿A qué título se atrinchera en la ciencia?

Si nada controla y menos domina,
Si ni sabe de cuantas variables ajenas,
Depende su aliento, su latir, su vida.

Y cuando inexorable al fracaso ve llegar,
Al más omnipotente de sus planes pergeñado
Solo orgulloso sabe al destino culpar.

Recomenzando infatigable en lucha perdida,
Su camino de sombras armado a su modo,
Gasta su tiempo, su aliento, su vida.

Si pudiera tan solo un momento,
Detenerse y recobrar su medida,
Conocer todo mirándose dentro.

Al sufrir la angustia de sentirse pequeño,
Vería también la armonía que todo gobierna,
Empezaría a ser real, despertaría del sueño.

Abandonaría necedad, dogmas, empeños,
Le dejarían vicios, ansiedades y miedos,
Al vaciarse del todo, se sentiría pleno.

Es que Dios, la Luz o quien el Universo reine,
Lo habría penetrado y ubicado en el concierto
Donde mejor, su exclusivo instrumento suene.

Pero la Gracia no llega porque el Hombre no quiere,
Terco, se encierra más en su propio sistema,
Y solo llega a la verdad, ciego, sordo o muerto.

*Joaquín Madero

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