sábado, 14 de junio de 2008

LA ESCUELA QUE SOÑAMOS


Una escuela tiene que ser pequeña y cálida como un fogón. Cara a cara la mirada como los círculos ancestrales de los indígenas. No escondido detrás del otro, ocultando el miedo.

Tiene que parecerse a un solar y estar cerca como la casa, hecha con materiales nobles, que traigan recuerdos y donde nadie te reciba con regaño.

Una escuela si es que es necesaria, naturalmente ha de quererse, la disciplina debe ser el afecto, y no ha de jactarse de vencer porque si se fracasa lo que se pierde es lo que uno más ama, el amor a lo humano y al planeta.

Una escuela no puede ser masificada, de ser así es otro el objetivo: economizar o distraer. Una escuela si para algo sirve, es para ponerle palabras a lo ya vivido y abrazos a la soledad. Debe ser hermosa y hacer falta como una novia, y desprendida como un sabio antiguo. No tiene porque hacernos perder el tiempo de la vida ni mentir, ni adoctrinar ni hacernos llorar, ya que las lágrimas entre la casa y la escuela no cabrían en los cráteres que guardan las aguas del mar.

Una escuela no debe llamarse escuela ni el maestro, maestro, sino un espacio donde aprender a conversar entre los que están allí y los que habitan afuera, sobre lo que es necesario conocer a su tiempo en la vida.

En fin, una escuela no es una escuela, es un parque más, de tanto juego que le hace falta al ser humano de este mundo.

Carlos Angulo

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