sábado, 14 de junio de 2008

Los problemas del hambre


por Miguel Donayre Benites

La inseguridad alimentaria no sólo atenta contra el más fundamental de los derechos humanos, sino que también limita las posibilidades de participación social, económica y política de las personas.

Hace dos siglos Malthus pronosticó hambrunas como resultado de los inevitables desequilibrios entre el crecimiento geométrico de la población y el crecimiento aritmético de la producción de alimentos. Sin embargo, avances sin precedentes en la ciencia y la tecnología aplicadas a la agricultura han permitido que el incremento en la producción de alimentos haya superado ampliamente el crecimiento de una población que se duplicó entre 1960 y el 2000 y se cuadriplicó en el curso del siglo XX. Por ello, resulta incomprensible e inaceptable que, a pesar de que la producción agrícola global sea más que suficiente para alimentar al Planeta entero, hoy en día alrededor del 14% de la población mundial sufra de subnutrición.

Resulta paradójico hablar de hambre en un mundo que ha alcanzado niveles de riqueza extraordinarios. No obstante, los modelos de desarrollo predominantes durante las últimas décadas han favorecido no sólo el crecimiento y la generación de riqueza, sino también la agudización de las desigualdades. En la actualidad coexisten la riqueza y la abundancia en manos de pocos y la pobreza y el hambre en la vida de millones de seres humanos: mientras que el 10% de las personas más ricas, en su mayoría habitantes de los países de ingresos altos, acaparan el 54% de los ingresos mundiales o 600 personas en el mundo poseen un patrimonio personal mayor a 1.000 millones de dólares, mil millones de personas viven con menos de un dólar al día, 854 millones de personas se acuestan todos los días con hambre y cada año seis millones de niños menores de cinco años mueren por causas relacionadas con el hambre.

La inseguridad alimentaria no sólo atenta contra uno de los derechos fundamentales del ser humano, que es el derecho a la alimentación, sino que también limita la participación social, económica y política. El hambre deteriora las capacidades físicas e intelectuales de los individuos, condiciona las posibilidades de educación y desarrollo de los niños y afecta a las capacidades productivas de millones de personas, provocando una disminución de la productividad, la producción y los ingresos. Por ello, reducir a la mitad la proporción de personas hambrientas constituye una de las dos metas del primer Objetivo de Desarrollo del Milenio.

Las poblaciones rurales, de manera particular las mujeres, las minorías étnicas y las poblaciones indígenas de los países en desarrollo, se encuentran entre los habitantes más pobres, hambrientos y desprotegidos del mundo. De los 1.200 millones de personas que viven en condiciones de extrema pobreza, el 75% habita en las áreas rurales y la mayor parte depende directa o indirectamente de la agricultura para subsistir. De los 854 millones de personas que están desnutridas, 820 viven en los países en desarrollo y la mayoría de ellas son campesinos y campesinas. Cerca del 13% de la población de los países en desarrollo y los países en transición residen en zonas montañosas remotas, aisladas y ambientalmente frágiles.

Dado que la inseguridad alimentaria se concentra principalmente en las áreas rurales de los países en desarrollo es precisamente allí donde se ganará o perderá la batalla contra el hambre. No obstante, el sector rural y sus poblaciones se han visto continuamente discriminados, ya que las políticas gubernamentales, el gasto público y las inversiones, tanto públicas como privadas, han privilegiado históricamente el desarrollo urbano e industrial y más recientemente el sector de los servicios. A lo largo de los últimos veinte años, la asignación de recursos nacionales e internacionales a la agricultura y al desarrollo rural ha disminuido sustancialmente. Mientras que la participación de la agricultura en la asistencia oficial para el desarrollo se redujo entre 1979 y 2004 desde el 18% al 3,5%, su participación en el gasto público decayó del 11,3% al

6,7% de 1980 a 2002. La escasa prioridad concedida a la agricultura y a las poblaciones rurales por parte de las políticas y los programas de desarrollo puestos en marcha durante los últimos decenios en la mayoría de los países en desarrollo explica, en gran parte, la persistencia del hambre.

Según estimaciones de la FAO, en el año 2050 la agricultura deberá alimentar a nueve mil doscientos millones de personas, es decir, una población un 50% más numerosa que la de la actualidad. Contemporáneamente, la agricultura y la seguridad alimentaria se verán cada vez más afectadas por fenómenos como el cambio climático, la difusión de plagas y enfermedades, la profundización del proceso de globalización, la creciente demanda de bio-combustibles, el agotamiento de los recursos naturales, la escasez de agua y el cambio en la composición de la mano de obra agrícola debido a la acentuación de los procesos migratorios.

Algunas cosas están cambiando. Hay señales positivas que muestran que la agricultura ha comenzado a recuperar espacios dentro del panorama internacional, entre ellas el hecho de que el Banco Mundial haya dedicado su último Informe sobre el desarrollo a la agricultura. El Informe argumenta que ha llegado el momento de situar a la agricultura en el centro de las acciones orientadas al desarrollo. Otro signo alentador lo constituye el interés manifestado por los países africanos en la Declaración de Maputo del año 2003 de aumentar el gasto público dedicado a la agricultura del 6% al 10% del PIB. El reciente y marcado aumento de los precios de los alimentos tendrá un impacto negativo sobre los consumidores, pero puede traducirse en mejores condiciones de vida para los productores y ha generado el interés de la opinión pública por la agricultura. Es de esperar que la nueva toma de conciencia que se ha iniciado se manifieste en acciones concretas y que tanto los Estados como la comunidad internacional diseñen políticas y programas dotados de los recursos adecuados para invertir en la agricultura y en las economías rurales y para hacer frente a los nuevos desafíos mundiales basándose en los principios de justicia y de equidad de género y social. Las experiencias positivas de países como China, Vietnam, Tailandia, Brasil y Perú han demostrado que la voluntad política puede reducir significativamente el hambre y la pobreza, mejorando a su vez el desempeño de la economía global.

Según la FAO, para conseguir una reducción rápida, eficaz y sostenible de la pobreza y el hambre se requiere una estrategia doble. Por una parte, son necesarias medidas directas para mejorar el acceso a los alimentos de aquellas personas que se encuentran sumidas en una pobreza extrema y cuyas capacidades para producir y generar ingresos y para participar en el proceso de desarrollo se han visto menoscabadas. Al mismo tiempo, es necesario impulsar la promoción de un desarrollo agrícola y rural de base amplia y participativo, fundamentado en principios de equidad e inclusión, en el que se tengan en cuenta las necesidades, los intereses y las problemáticas diferenciadas de los hombres y las mujeres y se valoren y aprovechen los valiosos conocimientos tradicionales sobre las técnicas de producción y la biodiversidad.

La humanidad ha demostrado que todos los obstáculos para erradicar el hambre del Planeta pueden ser superados. Sin embargo, estamos lejos de alcanzar la meta fijada por La Cumbre Mundial de la Alimentación. Y aun si se alcanzara, no menos de 400 millones de personas seguirían yéndose a dormir cada noche con hambre.

La humanidad ha sido capaz de impulsar la ciencia, la tecnología y de generar los recursos necesarios para solucionar este problema, pero no tiene la voluntad política necesaria para desarrollar las soluciones en la práctica. Los artículos que se presentan en este número de Temas analizan la inseguridad alimentaria en relación a nuevos y viejos desafíos. Con ellos pretendemos propiciar la reflexión y abrir el debate sobre un problema mundial en el que cada uno de nosotros tiene un papel que jugar, un problema que a la luz de hoy resulta simplemente inaceptable

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